"Noche taciturna"
El chico vagaba por las
calles, solitario y melancólico. La lluvia caía sobre su espalda golpeándolo
con una fuerza tan sutil que parecía no sentirlo. Las llantas de la bicicleta
en la que andaba estaban enmohecidas y corroídas por el sol de días de antaño y
la lluvia que no cesaba. La calle, rodeada del brutal rugido de la lluvia y sus
gotas, seguía vacía, sin nadie más que rondara por sus aceras, ni mucho menos
por las plazas que distaban de ella. Solamente el chico que andaba sin parar,
quieto y temeroso de que su silencio terminara, rondaba por la fría y eterna
noche que crecía en el pueblo. Los animales huían de la lluvia y se refugiaban
en sus pequeñas chozas, esperando que el terrible clima, para ellos, terminara.
Aunque sin pensarlo, las esperanzas de que eso pasara eran nulas, no podían
mandar a la madre tierra. Simple y sencillamente era eso.
Las flores relucían el
brillante rocío del atardecer como si fuese primavera y sus pétalos
florecieran. El césped fungía como techo para los pequeños, y como fortaleza de
apoyo para los grandes; cada cosa tenía su función, y más de alguna vez ni se
llega a la rotunda mente de que eso en realidad es importante, no solamente
para uno, sino para cualquier que posea una parte de vida. La nostalgia del
cielo parecía no tener fin. El chico ya había recorrido varios metros, sin
llegar aun a los kilómetros, y no había logrado analizar del todo, y comprender,
sus pensamientos.
El joven, decidido a
andar sin rumbo hasta poder conseguir su propósito, paró un instante. Bajó sus
pies húmedos y gélidos del pedal, y metió su mano en su bolsillo izquierdo,
tomó una foto sin sacarla de él, y la presionó con todas sus fuerzas. Su vida se
resumía en esa imagen, y aún no era capaz de salir de ese trance tan maligno
para él. Seguía pensando que la vida se vive sin una meta, sin un pensamiento
futuro; tenía la firme convicción de que
todo se da. Y listo. No hay nada más que importe. Él decía que lo único que
existía era el momento. Y aunque muchos intentaron sacarlo de ese pensamiento
tan errado, jamás lo consiguieron, y parecía que no lo iban a lograr. Pero ese
día de lluvia el chico no tenía ordenadas sus ideas ni pensamientos, así que
cualquier cosa que pasara por su mente se iría tan rápido como el viento que le
seguía detrás de él. Y su pensar sobre el momento no era fácil de cambiar.
La noche cayó y llegó a
su punto más interesante: el nacimiento del nuevo día. Todo el tiempo las
personas pensaban en que ver de nuevo el sol les haría su día, pues sabían que
llegaba un nuevo día de vida para ellos; en cambio, el chico, tenía bien
puestos los pies en su mundo, y el pensar definido hasta su muerte. Decía que
el nacimiento de un nuevo día no marcaba nada. Ni un nuevo día ni la muerte de
otro. Decía que si llega la muerte para alguien jamás se logra volver a verlo,
ni en otra presentación que contenga semejanzas, pues no sería el mismo. Y
recordaba que todo es original, tenga lo que tenga de otro aspecto, posee algo
original. Y eso nadie lo puede cambiar.
El viento de la noche
no era nada cálido. Ni a pesar de que el joven estuviera a pocos metros del
lago. Así que era una noche fútil como en cualquier lugar. Después de
adentrarse en sus propios pensamientos, el joven captó su objetivo, y si no se
pudiera llamar así, pues se definiría como plan estratégico, donde él decide,
hace y contempla lo que según sus ideales es lo correcto: seguir en el momento.
Así que vuelve a tomar su bicicleta y comienza, a toda velocidad, a dirigirse
ahora hacia un sitio, pero del que, sin lugar a dudas, no sabe cuál es…
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